la extraña belleza de las cosas feas


Hay cosas extrañas dando vueltas, sí, lo sé.
Y no estoy hablando de cierta gente.

go back to nordelta, plis


Cada vez que estamos por ahí, vamos a comer a este lugar. Ya es una de esas pequeñas costumbres que uno va esperando cuando vuelve a un lugar: comida mexicana ahí, pescados en el otro lugar.
Y siempre, cada vez que vamos, en la mesa de al lado, hay unos de estos personajes que no paran de hablar de lo exitosos que son, de lo mucho que conocen el mundo, de que tal o cual es un hippie porque estudia arte, que tal o cual está gordo y debería darle vergüenza, que la empresa esto, que la Universidad de San Andrés lo otro, que el MBA, que el CASI.
Pará. Venís a un lugar de comida mexicana y con tu tono afectado de shanishidro pedís milanesas con papas fritas –"no, el picante, viste, me cae pesado"– y te reís de que en el menú hay crepas de cajeta.
Igual, a nosotros nos encanta. La comida, el picante, los chilaquiles, los frijoles, las fajitas, obvio.
Y, desde ya, reirnos de lo tarados que son estos sujetos.

libros de viaje

Unos días en la costa. Tranquilidad. Descanso. "Ideal para leer un poco", me digo. Me llevo unos libros, varios, variado, como para elegir con qué empezar.
Y, nada: McEwan, Kawabata, Pamuk y DeLillo que vuelven exactamente así como fueron.
Me está pasando seguido.

salir


Salimos y allá afuera, ya, a sólo unas horas –y disfrutamos esas horas en la ruta, yendo, yendo, yendo– unos días con el silencio y el bosque y el mar y las nubes.
Y volvemos. Volvemos y vamos a volver a salir.
Volvemos para volver a salir.

una de cal, una de arena, una a los gritos


Martillos, mazas, moladoras, maderas, taladros, carretillas, radio AM, el Negro Oro, música silbada. Todo sumado a gritos de él, gritos de ella, gritos de la nena, ladridos de la perra.
Situación hoy, situación esta semana. Y va a seguir.
Me doy cuenta de que esto de vivir a metros de una obra –de una obra en la casa de ellos, además– hace ver los viejos sonidos –el de enfrente lavando el auto y pasando la aspiradora a los asientos, los perros que la de enfrente deja encerrados en el jardín de adelante, la salida de los chicos del jardín de infantes de la vuelta, la cancha de River (cuando River hacía goles, al menos), los loros (Sí, loros. No cotorritas. Loros. Grandes. Gritones. Verdes) que invadieron el barrio, los boy scouts que pasan cantando en filita, el camión de la basura, el karateka que entrena en la terraza de allá atrás, Aeroparque– como música.

pd: Y, no, ya lo probamos. Poner discos a todo volumen no ayuda mucho.

primero macri, despues fibertel, ahora mi auto


Suena el teléfono. Voz de sujeto con tono soy-tan-canchero:
–Hola! Sabés quién soy? Soy tu auto! Y te llamo para contarte que ya me podés pasar a buscar por cualquiera de las concesionarias Volkswagen del país con el nuevo plan...
Corto. Tengo el breve impulso de ir y mirar por la ventana. Mi Golcito sigue ahí y no está llamándome. Y yo estoy seguro de que no me voy a comprar otro auto en el corto plazo y menos uno que me llame por teléfono.
Y, entonces –otro breve impulso–, me pregunto: ¿tan mal le están haciendo las drogas a la nueva generación de creativos publicitarios?

bad karma

Llueve. Miro por la ventana. Miro los jardines.
Todas las flores están rojas, llenas, lindas, por todos lados.
Menos las de los vecinos de abajo.