SHINY HAPPY PEOPLE


Estamos comiendo en Felicidad, en el primer piso.
La calle allá abajo, la esquina, el sol, la gente pasando, los colores, la limonada de jengibre y menta, los aromas, el suave silencio. Parece como que estamos en otra parte, afuera, en otra ciudad.
Vemos, hablamos, imaginamos dibujos y libros y fotos y canciones y otras ciudades y, supongo, que el nombre del lugar viene de estas pequeñas cosas.

the final countdown para los ochenta

Vemos, en una gigantografía en una esquina de Belgrano, que va a tocar Peter Cetera.
Peter Ce-te-ra.
Wow. Los ochenta siguen intentando convencernos.
Decidimos que el verdadero plan, la salida, es ir hasta el teatro a ver quiénes van a verlo. Y, además, adivinar cuál era la canción conocida de Peter Cetera y ahí decir "Ah! Claro! Peter Cetera, obvio! Te acordás? Peter Cetera."

PD.
La segunda vez que vemos el afiche –que sigue ahí– leemos que el recital fue hace dos o tres semanas. Mal. Se nos cayó el programa.
Igual, creo que vamos a tener una revancha: escuché que, en octubre, viene Europe.

luces y gente luminosa


Hay algo de aquello de 'el lugar indicado, en el momento indicado': hace poco estábamos en NY leyendo Just kids y, un tiempo después, estamos en el Malba viendo las fotos de Mapplethorpe.
Links de situaciones. Links de ciudades. Links de historias. Todo que gira y gira y da la vuelta al mundo hasta volver a cruzarse en nuestro camino.
Y paseamos por toda esa perfección en blanco y negro de Eros & Order y entre los desnudos y las flores y los retratos, y me quedo en los retratos, viendo esas miradas, hipnotizado.
Y entre los retratos, me paro largos minutos frente a los de Patti Smith. Y entre los retratos de Patti Smith, me quedo –hipnotizado– por el de la tapa de Horses y por toda la luminosidad de una tarde en un loft de Chelsea, toda la luminosidad de todas las fotos y toda la luminosidad de todas las canciones.

mucha gente reunida

Esta semana uno va y prende la televisión y hay gente reunida en varios lados. Muchedumbres.
En una imagen, todo está teñido de naranja. Gorros, bufandas, banderas, camisetas. Hay cerveza y música. Festejan. Están contentos. Son subcampeones del mundo y lo festejan –mala palabra por aquí, eso de festejar que sos uno de los dos o tres o cuatro mejores del mundo–. Festejan, la pasan bien. Todos.
Control remoto, cambio de canal.
Ahora, los que están reunidos contentos y cantando, agitan banderas celestes y blancas, pero con más franjas que la nuestra. Se ve, en las imágenes, el perfil de una ciudad. Reconozco y recuerdo Montevideo. Todos les cantan a una veintena de sujetos tan abrigados y felices como los que están en la plaza. Festejan, todos, juntos, optimistas, esperanzados.
Control remoto, otro canal.
Hay mucha gente reunida en una plaza. No festejan.
Se están oponiendo a una ley.
Control remoto, tele en mute.
Pienso en los holandeses y me digo que, sí, se merecen ya ganar algún Mundial. Pienso en los uruguayos y me digo que, sí, hubiese sido muy lindo si ganaban ellos.
Pienso en la plaza Congreso. Y me digo que, por gente como esa, a veces –y no tan pocas–, estaría bueno ser un poco más Montevideo, ser un poco más Amsterdam.
Control remoto, apago la tele.

como mantener el crimen fuera de las calles

A veces, tenemos que llegar –todos los caminos conducen a Roma– a esa frase que nos dice aquello de 'la realidad supera a la ficción'. Y cuando uno quiere escribir y está dando vueltas con varias cosas para contar, lo mejor, lo sabemos, termina siendo ir a la realidad.
Y, entonces, ahí estoy, en una comisaría del conurbano, haciendo una denuncia porque me rompieron la cerradura del auto en una YPF de Panamericana y me robaron algunas cosas –declaración llena de frases como "vió a un NN masculino que estaba en proximidades, quien pudo haber tenido relación o no con el hecho" o "ignorados, previo violentar la cerradura, sustrajeron..." y cosas así– y la cosa es que toda esta cuestión tarda más de una hora porque, en ese mismo momento, los agentes, al tener que liberar a dos pibes que estaban detenidos en la comisaría, se dan cuenta de que habían perdido la llave del candado del calabozo.
Sí, va de nuevo: se les había perdido la llave del candado del calabozo.
Sí, y con dos pibes adentro, obvio.
Y entonces, ahí estan los tres o cuatro agentes, con un manojo de llaves, jugando a abrir el cofre de la felicidad. A la escena sólo le falta Soldán, un feliz domingo a la tarde, diciéndoles "chiquilín, con la muesquita para la derecha".