
Bueno, la
lista de cosas-por-hacer-este-año ya tiene una línea tachada: la biblioteca está en orden.
Y, como verán, después de descartar el fácil pero aburrido orden alfabético, después de pensar en el orden por temas o autores o estilos –porque ya lo usé para los discos–, después de pasar por el muy
High Fidelity orden autobiográfico –porque para encontrar un libro hay que revisitar ciertos pasados y eso no siempre es lo más recomendable–, después del orden darwiniano que tuvieron los libros por dos o tres años, acá estamos: voilà, la biblioteque à couleurs.
Y supongo que en algo de esto hay un link a cuando éramos chicos y nuestra parte de la biblioteca era la amarilla de los libros de la colección Robin Hood. Ya los libros eran colores ahí.
Después, pasé por la línea interminable de libritos blancos de Agatha Christie. Después, los multicolores compactos Anagrama. Y en un momento llegué a los Kerouacs naranjas de Penguin, que empezaron a invadir mis varias bibliotecas en el momento que las bibliotecas se empezaron a poblar en serio. Esos libros naranjas por todos lados.
Y, no, aunque parezca, no es tan difícil encontrar los libros.
Cada uno tuvo su momento y pasó un buen rato en nuestras manos y, estoy seguro, el color de ese libro-objeto quedó grabado en alguna parte.
Ana Karenina, blanco.
Desayuno en Tiffanys, negro.
Her, de Ferlinghetti, es un marroncito-papel-viejo. Los
Nueve cuentos de Salinger están entre los rojos oscuros. Y así.
Igual, si un libro se pierde, no importa. Se busca. En el camino, puede ser que nos encontremos, además, con alguna otra cosa más.