Estamos viendo a la banda mas cool del mundo y todo esta a punto de explotar


No sé. Vi a los Stones tocando con Dylan. Y a Nirvana que a pesar de los silbidos del público insistía en amagar y no tocar Smells like teen spirit. Vi a los Ramones dos, tres, cuatro veces, a cien canciones por minuto. Vi a McCartney tocando canciones de Lennon y de Harrison. Y las suyas, desde ya, y todas esas que, ya, ahora, son de todos. Vi a los REM dos noches de verano de esas que son ideales para estar escuchando, por ejemplo, a los REM. Vi a Cat Power cuando vino a enamorarnos un par de veces. Vi a Michael y a Madonna. Vi a los Teenage Fanclub y a Belle and Sebastian una noche tormentosa en Brooklyn. Y vi a Patti Smith, por dios! Y vi a Pearl Jam en el que, creo, fue el mejor recital al que fui.
Pero este sábado vi a la banda más copada del mundo empezar a decir chau, nos vemos, thanks for the ride.
O espero que no.

canciones de una estrofa, la muestra


Es en Despacio Martínez, el otro viernes.
Tocan unas bandas, se puede comer algo, si está lindo el jardín está buenísimo.
Y está la muestra de Ana.
Que es genial.
Obvio.

el triangulo de las bermudas esta entre avellaneda y el dock sud

Voy a ver a unos proveedores, en algún lugar de Avellaneda, para el lado del Dock Sud.
Busco la dirección, Filcar+GoogleMaps+GPS ayudan, llego.
Toco timbre, sale un hombre en camiseta y cara de dormir la siesta. O cara de que acabo de despertarlo de la siesta.
–No, maestro, no es acá.
–Ah, no? porque tengo esta dirección y...
–Fijate en la otra cuadra –y me señala para aquel lado– porque la numeración se repite.
Repito –me repito–: la numeración se repite.
Entonces voy al 2142 de la otra cuadra. Al otro 2142.
Toda una cuadra de la avenida con una numeración que ya tiene otra cuadra, acá a una cuadra. Una cuadra, cien números, viviendo en una dimensión desconocida. Una cuadra triángulo-de-las-Bermudas.
Un vacío en GoogleMaps y en la vieja Filcar.
Pero la gente va ahí y la gente llega. Como mucho, se pierden –ellos y las cartas y por eso será que hay menos cartas– por una cuadra.

leer, releer, escribir, reescribir


Tengo esto algo abandonado.
Vuelvo al blog como cuando vuelvo a agarrar los viejos cuadernos y libretas que tengo guardados. Leer, volver a leer, y sentir una dualidad rara –reconocer todo lo que está ahí, pero al mismo tiempo ver todo eso como desde afuera, como con cierta falta de pertenencia.
Un turista de esas páginas.
Y sólo de a poco uno va saliendo de la sorpresa y empieza a reconocerse en lo que va leyendo. Y, entonces, ahí sí, ahora sí, agarra el cuaderno y vuelve a escribir.
Que es, de alguna manera, como reescribir esas otras páginas, supongo.
O no.

PORQUE ESTE AÑO, DE AVELLANEDA, DE AVELLANEDA SALIO EL NUEVO CAMPEON


Soy de los que nacimos y empezamos a ver fútbol casi sabiendo que éramos más de América que de acá. Que todo era mucho más importante cuando los que estaban enfrente eran los Nacional, Peñarol o Santos.
Soy de los que escuchamos cientos de historias de noches coperas, noches en Montevideo, Chile, Brasil.
Soy de los que después vimos finales por televisión desde Porto Alegre o Tokio. Soy de los que desde esos días sabemos de memoria el Goyén, Clasuen, Villaverde, Trossero, Enrique, Giusti, Marangoni, Bochini, Burruchaga, Percudani, Barberón.
Soy de los que después vimos otras noches de Copa y finales quedándonos casi afónicos saltando en el viejo estadio de la Doble Visera, volviendo a casa en el 93 envueltos en banderas y gritos de dale campeón.
Soy de los que ya empezábamos, como los viejos, a contar esas historias que estaban cada vez más escondidas en la bruma de las noches frías en Alsina y Cordero –porque siempre va a ser 'Alsina y Cordero', perdón Bocha–.
Pero soy de los que saben que si hay noches de Copa, vamos a volver a estar ahí.
Como anoche.
Con nervios. Muchos. Demasiados. Con tensión, con un nudo sosteniendo todo, con quince años balanceándose en unos malditos penales, con la cancha a punto de explotar y con la cancha explotando por fin, con tanta gente llorando –por tantos nervios y por tanta alegría junta–, tanta gente riendo –por tantos nervios y por tanta alegría junta–. Con tanta gente feliz.
Soy de los que sabemos, casi desde que nacimos, que si hay noches de Copa, tenemos que estar ahí. Estamos hechos para eso.
Y para levantar la Copa al final.

in memoriam walkman


La noticia es de hace unas semanas.
La noticia es que Sony deja de fabricar el Walkman.
La noticia debería haber sido que Sony los siguió fabricando hasta este año.
Por algún lado debe estar mi viejo walkman. No era un Sony, pero estaba bien y pasó muchas muchas horas de música en cassettes que terminaban gastados y con cintas arrugadas de tanto pasarlos, rebobinarlos o adelantarlos –porque siempre quedaban unos minutos vacíos al final de un lado–. Y había que hacerlo, era ley, con una Bic, para salvar las pilas, que no se recargaban y eran un bien demasiado valioso.
No sea cosa que justo se acabaran cuando uno estaba por la mitad del recorrido del 152 y por la mitad de Brothers in Arms, de Dire Straits.

AYER


Y entonces, cuando uno cree que ya sabe qué puede esperar, el tipo va y toca Eleanor Rigby y Got to get you into my life y I'm looking through you y Helter Skelter y Something y A day in the lifeSomething y A day in the life, dios! A day in the life!– y I've got a feeling y Two of us y me deja desarmado, con ganas de más, de que esto no termine, pero también, sí, con ganas de decir gracias, Paul, ya está.

FRASE DEL DIA

El epígrafe del libro que estoy por empezar –A freewheelin' time, de Suze Rotolo– es una cita de Calvino: "...¿qué somos, si no una combinación de experiencias, información, libros que leímos, cosas que imaginamos? Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un inventario de objetos, una serie de estilos, y todo puede ser constantemente mezclado y reordenado en infinidad de formas..."
Ok.
Tiene que ver con todo esto.

TESOROS EN CAJA


No sé bien. Debe haber sido en el 88 o el 89 que nos regalaron la caja de 3 cassettes. Me acuerdo que era verano.
Y no paré de escucharlos. Sobre todo el tercero, el que tenía Jersey Girl y The River –"it's a dream a lie, if it don't come true"–. Una y otra vez, una y otra vez, una y mil veces, y así hasta que la cinta dijo no va más después de demasiadas pasadas y rebobinar-a-Bic.
No los escuché más.
Los cassettes sobrevivientes deben estar todavía en algún cajón allá en la casa de mi vieja. No me los llevé cuando me mudé. Tampoco me crucé, en todos estos años que pasaron, con reediciones en cd.
Nada. Cero.
Esas canciones, así, juntas, live, con todas esas increíbles –y en ese momento lejanas– imágenes de rutas y autos y cruzar el río para el lado de New Jersey y noches que eran la única salvación para los días y ella esperando en el porche con su vestido floreado, esas canciones se iban perdiendo. De a poco. Se iban yendo.
No sé si me di cuenta si empezaba a extrañar esos discos. Esas canciones. Esa caja que era, al abrirse, una puerta a lo que vino después, a Kerouac, a Pearl Jam, a Roy Orbison, a Dylan, a querer estar allá afuera, a estar un poco on the road.
Y, entonces, cuando no lo esperaba –porque estas cosas pasan cuando uno no las espera–, una noche, hace un par de semanas, caminando por una calle de Williamsburg, en una mesa de usados, ahí entre otros discos y libros, Ana encuentra la caja de 5 discos –no cassettes, no cds: discos!–, pone cara pícara de 'esto es un tesoro, no?' y ya sabe que tiene mi regalo de cumpleaños.
No sabe que no es un regalo: es el mejor regalo.
Cuando volvemos esa noche en el L, en la bolsa llevo un gran pedazo de aquellos años. Y una parte, una vez más, de todo lo que va a venir.

601


Desde aquellos –fabulosos– días en que uno pasaba por el Tower Records de Santa Fe y Callao y volvía caminando a su casa con media discografía de Dylan a cuestas, ahora hay sólo dos momentos que inevitablemente traen discos con ellos: cumpleaños y viajes.
Y cuando estas dos circunstancias llegan juntas y son varios los discos que se suman a la lista, entonces, sí, hay que ubicarlos en sus lugares y, como nos pasa ahora, hay que reordenar todo porque así-no-entran.
Entran, sí, hay lugar, sí. Pero no donde tienen que ir.
Entonces, ya veo, ahí cerca en el horizonte, una de estas tardes de sábado de octubre, el sol entrando de costado, una gran reorganización, un sacar discos, poner discos, mover discos, volver a empezar, estos van acá, esos ahí, esos no entran, estos vuelven allá, esos van ahí al lado de esos otros, y así y así y así.
Me acuerdo de una escena en High Fidelity. Rob sentado rodeado de discos y más discos. Buscándoles un orden. Buscando un orden.
Supongo que también podría decir, como él, qué me llevó de un disco a otro, cómo llegué a uno, como me llegó otro, cómo los busqué, cómo me encontraron, cómo pasé de éste a aquel, cuándo escuché Highway 61 Revisited por primera vez, quién me habló de Le Phare de Yann Tiersen, o dónde compré Speaking for Trees de Cat Power.
Cada disco es un momento, una ciudad, una habitación, una calle, una historia.
Y es –eso es lo mejor– un viaje a otro disco.

peregrinos


People asking questions lost in confusion
Well I tell them there's no problem, only solutions
Well they shake their heads
and they look at me as if I've lost my mind
I tell them there's no hurry
I'm just sitting here doing time

La estrofa es de una de las canciones que más me gustan de Lennon. Desde siempre. Me acuerdo de escuchar el disco –Double Fantasy–, su último disco, en nuestro departamento de Belgrano, hace muchos muchos años. Y todas las canciones eran buenísimas. Lindas. Pero Watching the wheels era la más linda.
La foto la saqué en Strawberry Fields, en el Central Park. El lugar que eligió Yoko para recordarlo porque era el lugar donde él llevaba a Sean a jugar, ahí, cruzando la calle del Dakota, donde vivían. Cada vez que fui a New York, pasé por Strawberry Fields. Es raro: aunque es uno de los lugares más llenos de gente de todo el parque, es, también, uno de los más tranquilos. Y aunque no sea un lindo día de principios de otoño, siempre hay flores, siempre hay música. Siempre hay paz.
Hoy debe haber estado lleno de gente. Gente de ahí, de acá, de todos lados, viajeros, peregrinos. Porque los viajeros, los peregrinos, necesitan –necesitamos– fechas que recordar, fechas para ir, fechas para estar.
Hoy Strawberry Fields debe haber estado lleno de gente. Deben haber cantado el happy birthday o deben haber cantado All you need is love.
Hoy debe haber estado lleno de gente, pero debe haber seguido siendo uno de los lugares más tranquilos de todo el parque. O de toda la ciudad, que terminó siendo su ciudad. Y se debe haber llenado, sí, de flores y de música.
Porque, ya lo sabemos, no hay apuro. Estamos acá haciendo tiempo.
Happy birthday.

La tierra del sol, el buen vino y Neil Young


Auto. Ruta. Montañas siempre allá al oeste. Cielo muy azul. Sol. Camiones. Arboles. Muchos árboles en fila. Plantaciones. Neil Young cantando Down by the river, fuerte. Ventanilla baja. Viento. Viento por la ventanilla baja. Curva. Cartel pintado a mano y atado con alambre. Giro en U hasta el santuario de la Cruz Negra.
Silencio.
Desierto y silencio y sol y cielo azul. Muy azul.
Miro, casi sintiéndome un intruso, las cosas que dejaron en el santuario los muchos peregrinos. Pedazos de autos. Fotos que siempre parecen de hace mucho, no sé, de los años 40. Zapatillas. Ropa. Alguna camiseta de futbol. Rosarios. Muchos rosarios. Estampitas de vírgenes y santos. Patentes de autos. Muchas. Nuevas, viejas, de varias provincias y varios países. Una patente ADN-666. Piel de gallina. Botellas vacías, blancas, verdes. Botellas verdes. Sol que empieza a esconderse en la cordillera y pasa a través de las botellas vacías. Carritos de bebé. Flores de tela. Flores de tela gastadas y descoloridas.
Silencio. Viento y cielo más azul.
Me acuerdo de una frase del libro que estoy leyendo –"...estaba testeando las profundidades del silencio. O las ganas de uno de estar en silencio. O el miedo a esas ganas..."–. Otra vez, piel de gallina.
Unos perros ladran. Me ladran.
Vuelvo al auto.
Vuelvo a poner Neil Young, más fuerte que antes.
Vuelvo a la ruta vacía.
Sigo para adelante, sin parar, sin mirar atrás y cantando fuerte. Más fuerte que antes.

there's a place


Ordenamos. Desordenamos. Seguimos ordenando. Editamos. Terminamos de ordenar.
Porque, sí, lo sabemos, cuando uno empieza con esto, lo que realmente empieza es un efectodominó que todo lo arrasa y en vez de durar unas horas, la cosa termina durando días. Si termina.
Y, entonces, entran un par de sillas –unas demasiado hermosas-cómodas-clásico-de-clásicos-ahhhh LCWs de los Eames– y toda la casa y todas las cosas tienen que empezar a buscar un nuevo lugar. Porque la cosa es así. No hay otra. Y así van de acá para allá libros, discos, objetos, cámaras de fotos, letras, lámparas, botellas, tazas, latitas de Altoids, postales de museos, más libros, más discos, sillas LCW.
Dominó uno volteando a dominó dos y dominó dos volteando a dominó tres y etcétera etcétera y, varios días después, todo está en su lugar y nosotros estamos cansados pero contentos y nos damos cuenta de que uno le encuentra el lugar a cada cosa y ahí ve que al final encontró un lugar.
Un lugar para uno.
Está sonando Duke Ellington. Anatomy of a murder.
Elegimos, de todas las cosas que ahora están en su lugar, unos vasitos que eran de la pulpería del abuelo de Ana y que tienen como cien años, nos servimos un rico Black Label, miramos alrededor, lo saboreamos –el trago y el lugar– y sonreimos.

PS: y, como para que las piezas caigan en su lugar del todo, justo –¿existen las casualidades?– publican una nota sobre casa en CasaChaucha.

DESDE LIBERTADOR HASTA LA 5TA AVENIDA, UNA MILLA


Picasso decía "Si hay algo que robar, lo robo". Pero Picasso también decía aquello de que está bueno esperar que lleguen las musas, sí, pero siempre es mejor que cuando lleguen, nos encuentren trabajando.
Yo no sé si alguien en el GobBsAs estuvo esperando las musas o directamente fue a buscarlas a Manhattan y se inspiró en el Picasso de esa primera frase, porque todo bien con armar un corredor turístico/temático con los museos que hay en el eje de Libertador y demás, pero ir y llamarlo igual que el Museum Mile de Nueva York y usar millas cuando acá usamos kilómetros y, además, decir milla de los museos cuando el recorrido de Palermo a Retiro es de, por lo menos, tres o cuatro millas, es, sí, tal vez, demasiado robo y pocas musas.

get back


Viajo de vuelta con la Luna llena, grande, amarilla, ahí, fija en la ventanilla del avión, como Tom Hanks en Apolo 13 –pero sin el Houston we have a problem y toda esa historia de ir y no llegar y volverse y casi no llegar a volver–, con las mismas ganas de llegar, él a Houston, yo a casa. Las ganas de volver. Y, entonces, la Luna, la Luna llena en la ventana, las luces de lo que creo es Rosario ahí abajo, las luces rojas del ala del MD80 de Austral titilando acá, las luces de las rutas allá en el fondo negro marcando el camino de vuelta, las luces abajo y la Luna quieta en la ventanilla leading the way, y muchas muchas ganas de estar ya en casa. Ya. Estar de vuelta. Llegar, de una vez. Porque, supongo, sólo importa llegar cuando lo que importa está donde estamos yendo. Nada más importa que lo que está allá. ET-phone-home.
Casa.
Ya, por favor, ahora.

here, there or everywhere


Vuelvo a la noche, por el contra-carril de Santa Fe. Se va bastante bien, sin mucho tránsito, rápido para la hora que es. Fluído. Avenidas, calles y veredas semivacías, neones y otras luces, Knives out de Radiohead en la radio. Y esos palotes/conitos reflectivos que separan los carriles. Es como estar en otra parte. Estar en un lugar y no estar donde estamos. Esa sensación casi como de aeropuerto y horas cambiadas y otros idiomas. Un muy breve lapso de sentir que estoy, no sé, en Londres.

school of rock


Cumpleaños de mi mamá.
Le compré tres discos. Tres cds de los Beatles, de las nuevas reediciones con los packs tan lindos. Elegí los tres que ella tenía en elepés de 33 y que nos fuimos llevando cuando nos fuimos: Help!, Sgt. Pepper y Abbey Road.
Le dije que era parte regalo y parte devolución. Y no era una devolución porque nos hayamos llevado los discos, sino porque en esos 33 estaba, ya, hace mucho, toda la música que después iba a terminar escuchando.
Así que, todo junto: feliz cumple y gracias y ticket to ride y a day in the life y here comes the sun y demás.

separar en silabas


Mi madre viaja a Iguazú. Además de fotos de las Cataratas, anécdotas de Ciudad del Este y más historias de vuelos retrasados y esperas en aeropuertos, se trae varios frascos y botellas de productos regionales.
Y, entre estos, veo unos ajíes marca Pu-Pa Ta-Rio.
Me pregunto si el detalle de la etiqueta llega a ser genial, un guiño al cliente, o si es pura berretada de no animarse a llamar las cosas por su nombre. O si será que alguien –¿Cris Morena? ¿el Grupo Clarín? ¿La Serenísima y Pancho Ibañez?– ya tiene registrado el puta parió y ahora no podamos mandar ahí al que sea que querramos mandar ahí cuando mordemos uno de esos ajicitos.
No importa. Espero que con los ajíes putaparió Pu-Pa Ta-Rio mi mamá haga una de sus muy buenas salsas, nos avise, y pasamos.

SHINY HAPPY PEOPLE


Estamos comiendo en Felicidad, en el primer piso.
La calle allá abajo, la esquina, el sol, la gente pasando, los colores, la limonada de jengibre y menta, los aromas, el suave silencio. Parece como que estamos en otra parte, afuera, en otra ciudad.
Vemos, hablamos, imaginamos dibujos y libros y fotos y canciones y otras ciudades y, supongo, que el nombre del lugar viene de estas pequeñas cosas.

the final countdown para los ochenta

Vemos, en una gigantografía en una esquina de Belgrano, que va a tocar Peter Cetera.
Peter Ce-te-ra.
Wow. Los ochenta siguen intentando convencernos.
Decidimos que el verdadero plan, la salida, es ir hasta el teatro a ver quiénes van a verlo. Y, además, adivinar cuál era la canción conocida de Peter Cetera y ahí decir "Ah! Claro! Peter Cetera, obvio! Te acordás? Peter Cetera."

PD.
La segunda vez que vemos el afiche –que sigue ahí– leemos que el recital fue hace dos o tres semanas. Mal. Se nos cayó el programa.
Igual, creo que vamos a tener una revancha: escuché que, en octubre, viene Europe.

luces y gente luminosa


Hay algo de aquello de 'el lugar indicado, en el momento indicado': hace poco estábamos en NY leyendo Just kids y, un tiempo después, estamos en el Malba viendo las fotos de Mapplethorpe.
Links de situaciones. Links de ciudades. Links de historias. Todo que gira y gira y da la vuelta al mundo hasta volver a cruzarse en nuestro camino.
Y paseamos por toda esa perfección en blanco y negro de Eros & Order y entre los desnudos y las flores y los retratos, y me quedo en los retratos, viendo esas miradas, hipnotizado.
Y entre los retratos, me paro largos minutos frente a los de Patti Smith. Y entre los retratos de Patti Smith, me quedo –hipnotizado– por el de la tapa de Horses y por toda la luminosidad de una tarde en un loft de Chelsea, toda la luminosidad de todas las fotos y toda la luminosidad de todas las canciones.

mucha gente reunida

Esta semana uno va y prende la televisión y hay gente reunida en varios lados. Muchedumbres.
En una imagen, todo está teñido de naranja. Gorros, bufandas, banderas, camisetas. Hay cerveza y música. Festejan. Están contentos. Son subcampeones del mundo y lo festejan –mala palabra por aquí, eso de festejar que sos uno de los dos o tres o cuatro mejores del mundo–. Festejan, la pasan bien. Todos.
Control remoto, cambio de canal.
Ahora, los que están reunidos contentos y cantando, agitan banderas celestes y blancas, pero con más franjas que la nuestra. Se ve, en las imágenes, el perfil de una ciudad. Reconozco y recuerdo Montevideo. Todos les cantan a una veintena de sujetos tan abrigados y felices como los que están en la plaza. Festejan, todos, juntos, optimistas, esperanzados.
Control remoto, otro canal.
Hay mucha gente reunida en una plaza. No festejan.
Se están oponiendo a una ley.
Control remoto, tele en mute.
Pienso en los holandeses y me digo que, sí, se merecen ya ganar algún Mundial. Pienso en los uruguayos y me digo que, sí, hubiese sido muy lindo si ganaban ellos.
Pienso en la plaza Congreso. Y me digo que, por gente como esa, a veces –y no tan pocas–, estaría bueno ser un poco más Montevideo, ser un poco más Amsterdam.
Control remoto, apago la tele.

como mantener el crimen fuera de las calles

A veces, tenemos que llegar –todos los caminos conducen a Roma– a esa frase que nos dice aquello de 'la realidad supera a la ficción'. Y cuando uno quiere escribir y está dando vueltas con varias cosas para contar, lo mejor, lo sabemos, termina siendo ir a la realidad.
Y, entonces, ahí estoy, en una comisaría del conurbano, haciendo una denuncia porque me rompieron la cerradura del auto en una YPF de Panamericana y me robaron algunas cosas –declaración llena de frases como "vió a un NN masculino que estaba en proximidades, quien pudo haber tenido relación o no con el hecho" o "ignorados, previo violentar la cerradura, sustrajeron..." y cosas así– y la cosa es que toda esta cuestión tarda más de una hora porque, en ese mismo momento, los agentes, al tener que liberar a dos pibes que estaban detenidos en la comisaría, se dan cuenta de que habían perdido la llave del candado del calabozo.
Sí, va de nuevo: se les había perdido la llave del candado del calabozo.
Sí, y con dos pibes adentro, obvio.
Y entonces, ahí estan los tres o cuatro agentes, con un manojo de llaves, jugando a abrir el cofre de la felicidad. A la escena sólo le falta Soldán, un feliz domingo a la tarde, diciéndoles "chiquilín, con la muesquita para la derecha".

horas en aeropuertos


En las pantallas, hace rato que el vuelo 2531 sigue apareciendo como "delayed". Y sin embargo, la gente –mucha gente– está parada haciendo cola delante del gate 5 como si el vuelo fuera a salir sin avisar y los fuera a dejar en Córdoba. Pasa siempre.
Estoy sentado, tratando de seguir con un libro –Agosto, de Romina Paula–, pero estas demasiadas horas ya de estar en espera en aeropuertos –aunque, en realidad, ¿qué otra cosa se puede hacer en un aeropuerto que no sea esperar?– me terminan ganando y no puedo dejar de mirar cómo se mueve la gente acá, de este lado, esperando un vuelo que nunca, eso parece, se mueve en las pantallas. Cierro el libro.
Vuelvo al miércoles, dos días antes.
Casi las seis de la mañana en Aeroparque. Hay niebla en Córdoba, supongo, y por eso el vuelo está demorado. No nos dicen nada, de todos modos. Evito los desayunos de más de 50 pesos y me siento a leer. Una, dos, tres horas después, no sé, embarcamos. Miro el reloj. Todavía podría estar durmiendo calentito en mi cama. Pero estoy subiéndome a un avión –o, mejor dicho, a un micro que me lleva a un avión porque, Murphy's Law o la ley del menor costo, nunca nos toca un avión al que se embarque por manga y entonces, ahí vamos, de paseo en micro por el Aeroparque.
Vuelo tranquilo, asiento 24B, pasillo. Jugo de naranja, una cajita con un budín, una barrita de cereales y un caramelo de dulce de leche. Ya debemos estar por llegar. Voz del piloto que nos dice que no, que sigue habiendo mal tiempo en Córdoba y que nos desviamos a Mendoza y ahí vamos a esperar para volver a intentar llegar a Córdoba. Murmullo y mal humor entre los pasajeros. Voz del piloto corrije la información y dice que, no, Mendoza mejor no, mejor volvamos, digo, por si acaso en Mendoza también hubiera mal tiempo o algo. De vuelta para Buenos Aires, entonces.
No hay cajita feliz ni caramelos en el viaje de ¿vuelta? pero aterrizamos en Buenos Aires, cuatro horas después de la hora en que deberíamos haber aterrizado en Córdoba. Se prende el cartelito de abrocharse los cinturones. Altavoz. Esperamos hayan tenido un vuelo placentero. Bienvenidos a Buenos Aires. Esperamos recibirlos nuevamente a bordo. Gracias por elegir Aerolíneas.
La gente sonríe. Y aplaude.
Ya abajo, trato de abrirme paso entre los demás pasajeros que, como yo, tratan de saber qué va a pasar con el vuelo. O los vuelos. Un par de empleados de Aerolíneas tratan de explicar cosas a pasajeros de tres o cuatro vuelos demorados, suspendidos, reprogramados. Logro cambiar mi pasaje para dos días después. Y llego a casa para almorzar.
Viernes, dos días después. Otra vez el vuelo sale tarde de la madrugada de Aeroparque. Dejá vu. Otra vez cajita con budín, barrita y caramelo. Esta vez, sí logramos aterrizar en Córdoba.
Día de trabajo, visita a viejos conocidos, y horas después, la vuelta. Y ahí estoy, mirando la pantalla que dice "delayed". Cambiaron el diseño que les hicimos a las pantallas hace años. Se lee menos y los logos de las líneas aéreas están más chicos. Muchas cosas cambiaron en estos aeropuertos estos años, desde que ya no estoy ahí y ahora que sólo estoy ahí como pasajero.
La gente, no, no cambió. Sigue haciendo cola para subirse a un avión con los asientos ya ubicados. Sigue queriendo embarcar antes que el resto. Sigue con miedo a que el vuelo salga sin ellos. Sigue prefieriendo estar amontonada adelante del gate 5.
Trato de volver a leer, sentado en un asiento algo incómodo –por lo menos, cuando ya hace más de una hora que estás ahí sentado. Cuatro o cinco páginas y ahí sí, pasajeros del vuelo 2531, los invitamos a embarcar por la puerta 5.
Ahí vamos, de nuevo. La cajita, ahora, viene con un rico sandwich de jamón y queso y me pido una cerveza que no está muy fría, pero sirve.
Ahora sí, bienvenidos a Buenos Aires.

loving chan


Salimos del teatro con ganas de más. Salimos del teatro con ganas de escuchar a Janis, a Hendrix, a los Creedence, a Dylan, a Patsy Cline, a Aretha, a Wilson Pickett, a Otis. Salimos del teatro con ganas de música. Salimos del teatro con ganas de seguir escuchándola a ella. Más.
Y, antes, sí, estamos ahí disfrutándolo como se disfrutan las cosas cuando estás con ganas de que no terminen nunca.

little mensaje


Y, sí, pueden ser tres pedacitos de papel que le sobraron de algún recorte y ella puso en la ventana, acá adelante –pero, obvio, son muchísimo más también.

mayo


"(...) ¿Qué juramos, el 25 de mayo de 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo? ¿Qué juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas, la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios, y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo, ese día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro?
¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, Moreno, allá, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca, fosforecente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta, inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos de crucifijo y los Santos Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juró Moreno, allí, el último en la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo, frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas un silbido filoso y continuo, a un mundo de sueño, y French y Beruti, que ya no descenderían de ese mundo de sueño, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron, como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el entrevero?
¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para que a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes?
¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿ Y por qué? (...)"

Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno

volver a ese lugar


My blueberry nights. Pequeña escena, pero muy linda.
Jeremy le pregunta a Katya –el personaje de Chan Marshall– para qué volvió. “Supongo que quería ver si podía recordar lo que sentía”, le responde.
Y entonces, la semana que viene, vamos a volver a verla a ella para ver si podemos sentir y recordar lo que sentíamos hace unos meses cuando ella ya nos cantó.

eye-catching


Subte, mediodía, estación Tribunales. Hace mucho que no viajo en subte, pienso. Mientras espero a que llegue, miro el kiosco de revistas: revistas de derecho, de psicología, diarios, Billiken, Rolling Stone, Inrockuptibles y, después, la tanda de Playboy, H, Maxim, etc.
Están puestos, juntos, los dos últimos números de H y en las dos tapas está esta Pamela Sosa. En una ella sola, en la otra con otra mina.
Deformación profesional: en vez de ver las minas medio en bolas, me fijo en que para las dos tapas usaron la misma foto, espejada y con mal Photoshop.

niños del hotel chelsea


Es linda la sensación cuando uno está leyendo un libro que le gusta. Es lindo, sí, pero es, al mismo tiempo, un poco angustiante –no sé, saber que se va a terminar, supongo–. Me pasa cuando el libro es, además, un lindo objeto, lindo papel, buena impresión, pero sobre todo, desde ya, cuando me atrapa lo que estoy leyendo. No puedo parar de leer, quiero ver como sigue, a dónde me lleva, pero quiero que dure, que no haya un the end ahí cerca.
Hacía tiempo que no me pasaba. Y, curiosamente o no, la última vez fue con otro libro que tiene muchísimas cosas en común con este: el Chronicles, Volume One de Bob Dylan –dos memorias, de dos músicos, los dos hablan de New York, los dos libros los compré en New York, los dos tienen un tono similar, los dos te dan ganas de ir y escuchar más discos, y los dos dan ganas de que no se terminen.
Just Kids, de Patti Smith, es la historia de la relación –de amor, de amistad, de admiración, de conexión– entre ella y Robert Mapplethorpe.
Aunque cuenta algo de cuando ellos eran chicos, la historia empieza en serio cuando ellos se conocen, en NY en el 67, y termina a fines de los setenta, en el momento en que los dos, de alguna manera, empiezan a llegar a ser alguien. Después, sí, están los saltos en el tiempo, al principio y al final del libro, a los últimos días de Mapplethorpe y a las despedidas y al final.
Y el libro, además de ser el relato de esos años, además de ser una suerte de homenaje de ella a Mapplethorpe como amigo y como artista, es una muy buena pintura de la Nueva York de fines de los 60s y principios de los 70s –y sobre todo de esa Nueva York que orbitaba alrededor del Hotel Chelsea, el Max's Kansas City –o, mejor dicho, a la mesa de Warhol en el Max's Kansas City–, el CBGB, la calle 42 –y la calle 42 de las putas y los dealers y los travestis y los borrachos, no la calle 42 de GAP y el Disney Store– y los departamentos semivacíos del East Village o el Lower East Side, una Nueva York donde uno desayunaba en el Hotel Chelsea a dos mesas de Jimi Hendrix y se cruzaba en el lobby con los Jefferson Airplane o le servía un vaso de Southern Confort a Janis Joplin o le pedía a Allen Ginsberg que le compre un muffin.
Como me pasa siempre con las memorias o biografías, hay un momento en el libro –y generalmente está en esa parte en que ya doblamos la esquina y no queremos que se termine– en que llegamos a ese instante definitorio: en Just Kids, es la página 248 –Patti Smith ya armó su grupo, toca en el Village días antes de grabar su primer disco y, esa noche, entre el público está él, Bob Dylan. La electricidad en el aire de esa noche, sí, lo sé, se siente cuando leemos esa página del libro.
Creo que esa es una de las razones por las que me gusta leer sobre los escritores o músicos que me gustan. Me di cuenta, hace ya mucho, que después de eso, puedo disfrutar las cosas en dos niveles –uno casi primario, más por la piel, la primera impresión, las reacciones naturales, y otro al que llegamos cuando entendemos, claro, por qué cada cosa va en su lugar en esta historia–. Lo bueno, en todo caso, es poder ir pasando de un nivel al otro, ida y vuelta, y poder disfrutar las dos cosas. Está bueno, sí, volver a escuchar Blonde on blonde como la primera vez y está bueno saber quién es la rubia detrás de Just like a woman y Leopard-skin pill-box hat.
Miro la biblioteca ahora y trato de encontrar entre los colores las distintas biografías que leí en los últimos años. Hay una de Dylan –además de Chronicles–, una de Jack Kerouac –aunque, en realidad, supongo que todos los libros de Kerouac arman una gran autobiografía–, un par más de los escritores de la generación beat –Minor characters, de Joyce Johnson, y Off the road, de Carolyn Cassidy, dos mujeres que fueron, de alguna manera, personajes secundarios o personajes al costado de la ruta de esa generación–, un par de los Beatles, una muy buena de Kurt Cobain, una bastante mala de Edie Sedgwick y debe haber más. Y ahora, entre los libros violetas, está este libro lindísimo de Patti Smith.
Supongo que lo que pasa cuando leo estos libros es que quiero ir y leer los libros o escuchar los discos de los que hablan. Ahora quiero ver fotos de Mapplethorpe –y justo leo que va a haber una muestra de sus fotos en el Malba, este invierno– y poner todos los discos de Patti Smith que tengo, empezando por el primero, ese que estaba por grabar en la página 248 del libro y que hizo que las cosas, después, no fueran lo mismo.
Supongo que eso pasa, en cierta forma, con todos los discos y libros que nos cruzamos.

de goles y un chico de veintidos años que es el mejor del mundo


Basta. Basta de criticarlo porque no juega igual en la Selección que en el Barcelona. Basta de compararlo con Diego. Basta de decir que "no siente la camiseta". Basta de decir que se aburre. Basta de apuntarle porque gritó un gol contra un equipo argentino. Basta de decir "je, lo quiero ver en el Mundial, ahí lo quiero ver". Basta.
¿No es más fácil disfrutarlo? ¿No es más fácil sentarse y ver lo mejor que se puede ver hoy en el futbol mundial? No sólo es más fácil. Es muchísimo más interesante. Es muchísimo más lindo.
Y no lo digo porque sea argentino –ahí él es nuestro–. No lo digo porque juegue en el Barça –mi segundo equipo, gracias a esa herencia que me puso una camiseta roja, sí, pero me dejó un lugar reservado para la blaugrana–. Lo digo porque –tal vez, justamente, por ser hincha de Independiente y el Barcelona y no creo que sea casualidad– me gusta ver buen futbol.
Y buen futbol, sí, es el que gana. Todos queremos ganar. Pero mucho mejor futbol es el que gana, juega lindo, y tiene un pibe de 22 años que hace de a dos, tres, cuatro goles por partido.
Buen futbol es el que no sólo te hace gritar goles, sino el que te hace decir aahhh.

hoy, viernes


"Jesus died for somebody's sins, but not mine"
Patti Smith, Gloria

orange 021c is the new black


Hubo un tiempo en que usaba el Pantone Orange 021C para casi todo. Era natural, supongo, que nuestros caminos, algún día, se vuelvan a cruzar.

ultima pagina, pagina uno


Terminé un cuaderno más.
Y siempre es una sensación rara estar ya en las últimas páginas de un cuaderno. Casi como que me obligo a escribir más y llenarlas para empezar a escribir en el otro cuaderno que está esperando ahí al lado. Me pasa lo mismo cuando estoy terminando un libro.
A rey muerto, rey puesto.
Y siempre –y creo que es lo mejor– me pongo a leer y releer las cosas que escribí en estos últimos días, semanas, meses. Y, después, siempre, agarro alguno de los otros quince o veinte cuadernos que fui llenando en los últimos –no sé, diez? doce?– años y me pongo a leer.
Y hay cosas que me gustan mucho –que me siguen gustando mucho– y hay cosas ahí que me llevan a muchos lugares, historias, imágenes. Esos cuadernos son, supongo, por eso, viajes.
Y ahora termino otro más y sé que voy a empezar otro.
Y está bueno.
Allá vamos.

ireland's call


Diecisiete de marzo. Por todos lados gente tomando cerveza y whisky. Normal: chocolate en Pascua, turrones en Navidad, alcohol en St.Patrick's.
Me acuerdo, entonces, de una lista que había en el Cafe Vesubio, en San Francisco. Era una suerte de guía del buen comportamiento en un bar. La leí, hace muchos años, una noche mientras me tomaba mi segunda o tercera cerveza, y me acordé ahora. Y entonces voy y busco la lista en alguno de mis viejos cuadernos.
Y leo el punto que dice: "Alguna gente hace idioteces cuando toma alcohol. Deberían tomar solamente en Año Nuevo y en St.Patrick's. Esas son amateur nights, y van a tener mucha compañía."
Hoy, obvio, hay por allí mucho amateur, verde, cerveza y demás. Sería fácil aplicar otra de las leyes del Vesubio, aquella que dice: "El cliente siempre tiene razón. Eso sí, el barman puede decidir si uno sigue siendo cliente."
Pero, bueno, Irlanda llama.
Termina el día, y nos servimos unos whiskies.
Cheers.

musica para mis oidos

Sábado a la noche y hay fiesta en la casa de enfrente. No me molesta la música porque está fuerte –sigo creyendo aquello de if it's too loud, you're too old– pero sí, lo reconozco, me molesta, y mucho, me doy cuenta, que la música sea esa.
Sí, me doy cuenta –oh, you snob– que mi margen de tolerancia es cada vez más cercano al mínimo cuando el reggaeton no me deja escuchar a Patti Smith o seguir viendo tranquilo Point Break por decimonovenamil vez y volver a tener ganas de surfear o armar una fiesta en la playa escuchando Three days de los Jane's Addiction.

combinaciones


Banco de madera gastada. Baldosas dominó-doble-seis. No hay ratas ahora. O no las veo. O están en otra estación. Estoy cantando I'm sticking with you de la Velvet Underground. "But with you by my side I can do anything". Hay tipos sospechosos. Discuten, creo. Anuncian tren Downtown & Brooklyn llegando. Movimiento. Frío afuera. Frío abajo. Susurros. Baldocitas naranjas. Paredes curvas. Bufanda. "They whisper of escapades out on the D train". Dylan y sus Visions of Johanna tan NY y tan su mejor canción. "The ghost of electricity howls in the bones of her face". Tan su mejor línea de todas sus mejores canciones. Ultimas páginas del cuaderno. Lejos. Lejos. Escuché una vez a alguien cantando canciones de Dylan en un pasillo del Subway. Lo escuché un largo rato, lo recuerdo. Y ahí llega el tren. Ahora. Ahí.

borgia cafe revisited


Una mesa cerca de la ventana y hazelnut coffee y velas y la gente pasando y el frío afuera y la gente pasando con sus bufandas y gorros y esta calle que está en muchas de mis fotos sin que yo supiera que era esta calle y revolver el café y sentir que estar ahí es como un viaje al primer viaje y a los demás viajes y es decirse 'acá estoy, una vez más, y vas a volver' y sonreir detrás de la taza humeante, esas tazas pesadas de loza gruesa, porque nos gusta escuchar esas palabras y nos las creemos porque sabemos que no nos mentimos y somos felices por eso.
Y entonces volvemos y vamos a seguir volviendo. A esta ciudad, a esta calle, a este café. A mirarnos detrás de estas humeantes tazas de loza gruesa.

let it snow, let it snow, let it snow


Y hay agua congelada en las alcantarillas y algo de nieve que quedó de la otra mañana y nosecuantos grados bajo cero –ya hace rato que el frío ya es el mismo y dejé de seguirle el rastro al Weather Channel–. Total, que me envuelvo en mi bufanda de colores, mi gorro de lana y toda la ropa que me entre antes de convertirme en esta suerte de muñeco no-articulado, y salimos. Allá, a las calles. Allá, afuera, que es donde está esta ciudad.

i corazon ny


Como Dylan, que al final de Just like Tom Thumb's Blues decide que se vuelve a New York City, acá estamos. Otra vez. Una vez más.
Y ya nunca más voy a decir que puede ser la última.
No. No con New York.

por la panamericana hasta memphis y las vegas


Salimos a la ruta, a pasar el día en las afueras.
Algo para comer, algo para tomar, auto, anteojos de sol.
Y discos.
Y como es 8 de enero, su cumpleaños, son todos discos de Elvis.
Ana, desde ya, hace la selección de discos, de su colección. Uno. Un compilado –Love Songs– que es lindísimo y tiene Are you lonesome tonight y Unchained melody y con eso alcanza. Dos. Una edición especial de un disco de 1970 That's the way it is– con un par de discos extras que es un ideal ejemplo de lo que deben ser las ediciones especiales. Tres. Uno en vivo grabado en el Madison Square Garden en el 72, que le regalé en NY, en nuestro primer viaje.
Genial.
Allá vamos.
Y Elvis, su música, que termina siendo una buena banda de sonido para estar yendo. Y subimos el volumen y van pasando todos los varios Elvis y You don't have to say you love me y I'm all shook up y Teddy bear y Heartbreak hotel y You've lost that loving feeling y Can't help falling in love y cantamos y nos acordamos las letras aunque haga tiempo que no escuchamos las canciones –hay algo de esas cosas que quedan grabadas ahí en nuestra mente desde, parece, siempre– y en el medio están, sí, esos instantes en que nos callamos, nos callamos para escuchar ciertas partes que sólo se pueden escuchar, así, en silencio, así, dejando que esa voz, sólo esa voz, sea el centro del mundo.
Y llegamos.

dos cero diez

Empezamos el año al mediodía. Silencio en las calles y en todas las casas de por acá. Como que todo los sonidos se los gastaron en los cohetes de anoche. Hace calor y escapamos abajo del ventilador de techo que hace un poco de ruido. Desayuno en la cama. Vemos una peli, (500) Days of Summer, linda, nos gusta. Escribimos y mandamos mails a amigos. Hacemos promesas que tal vez este año cumplamos. Pensamos viajes. Imaginamos libros. Soñamos dibujos. Almorzamos escuchando a Elvis y a los Smiths. Todo va bien. El año va bien.
Que siga, entonces.

she's fresh!


Ahí, ella dice que le gustan los libros para chicos de Paul Rand, la Bauhaus, la sala del MoMA donde están los Klimts, los afiches viejos de cine, los títulos de pelis diseñados por Saul Bass, los juguetes viejos, el jazz de los cincuenta, Cat Power.
Y están sus ilus.
Ana está en Communication Arts.
Y es genial. Ella. Y que salga en la revista de diseño más importante del mundo. Esas cosas de sueños hechos realidad y demás.
Una buena manera de cambiar de un año al otro. Y saber, empezar a sentirlo, que el año que viene, sí, va a ser muchísimo mejor.

(la nota está acá)

meet the beetles


Seguimos encontrando cosas extraordinariamente raras y extrañamente hermosas.

tras los muros, oir se dejan

Siguen los martillos, mazas, taladros, radio, moladora. Y tenemos para un tiempo más, creo.
Pero cuando baja el sol, cuando ponemos un lindo disco para escuchar tranquilos, cuando nos preparamos un trago para empezar a terminar el día, cuando todo desacelera, cuando llega ese silencio de estas tardes de verano, sí, los volvemos a oir.
Ahí están ellos.
Ahí están sus voces.
Atravesando las paredes. O el piso, en este caso.
Siempre el mismo tono, se hablen entre ellos o le hablen a la nena o le hablen a la perra. Sea el día que sea, sea la hora que sea.
Esta vez es él, hablándole a la hija y con demasiada voz-de-fin-de-año: "sos una máquina de andar todo el día atrás tuyo".

afiches, parte dos


Ahí están los dos afiches, colgados en una de las paredes del Arts Decoratifs del Louvre.
Y lo seguimos disfrutando.

(acá y acá hay algunas fotos más de las muestras de París y otras ciudades)

cambio climatico

New York, junio de 2006. Llueve durante cuatro o cinco días. Decidimos comprar, finalmente, unos paraguas. Unos lindos paraguas negros por u$s 1,99.
Para de llover.
Buenos Aires, diciembre de 2009. En cualquier momento Crónica ya avisa que estalla el verano. Instalamos un ventilador de techo en la habitación.
Deja de hacer calor.
Una de dos. O somos muy malos y terminamos comprando cosas que no nos van a servir. O estamos pudiendo cambiar el clima.

oh, mon dieu!


Uno diseña por muchos motivos. Pero en una de esas sólo lo hace porque es inevitable, como me decía Ronald Shakespear alguna vez. Así que uno hace lo que tiene que hacer, lo que hace casi como respirar, lo que hace porque no puede hacer otra cosa.
Y cuando te dicen que tu afiche va a estar exhibido en París –en el Louvre!– y en Viena y en Milán y en 20 ciudades más –sí, debe ser el ego– quiero decirles que está muy muy bueno.
El Louvre, el Louvre, el Louvre. Crazy. Nuestros diseños a dos cuadras de la Monalisa.
Nos miramos, lo pensamos unos segundos –lo estamos disfrutando–, y sonreímos.

(Nota: éste afiche y otro más están desde hoy en la muestra 100 Posters por la Libertad de Expresión, que va a estar exhibiéndose simultáneamente en 23 ciudades de todo el mundo, celebrando los 61 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

teoria del diseño 2


No harás señales confusas.

dios esta en los detalles


Y como para completar, los objetos, obvio, van ubicados según su color. Con Ana decimos que es una suerte de homenaje al suprematismo ruso y al Blanco sobre blanco de Malevich.
Bueno, para algo sirvieron aquellas mañanas frías de clases de Historia II en Ciudad Universitaria.

she comes in colors everywhere


Bueno, la lista de cosas-por-hacer-este-año ya tiene una línea tachada: la biblioteca está en orden.
Y, como verán, después de descartar el fácil pero aburrido orden alfabético, después de pensar en el orden por temas o autores o estilos –porque ya lo usé para los discos–, después de pasar por el muy High Fidelity orden autobiográfico –porque para encontrar un libro hay que revisitar ciertos pasados y eso no siempre es lo más recomendable–, después del orden darwiniano que tuvieron los libros por dos o tres años, acá estamos: voilà, la biblioteque à couleurs.
Y supongo que en algo de esto hay un link a cuando éramos chicos y nuestra parte de la biblioteca era la amarilla de los libros de la colección Robin Hood. Ya los libros eran colores ahí.
Después, pasé por la línea interminable de libritos blancos de Agatha Christie. Después, los multicolores compactos Anagrama. Y en un momento llegué a los Kerouacs naranjas de Penguin, que empezaron a invadir mis varias bibliotecas en el momento que las bibliotecas se empezaron a poblar en serio. Esos libros naranjas por todos lados.
Y, no, aunque parezca, no es tan difícil encontrar los libros.
Cada uno tuvo su momento y pasó un buen rato en nuestras manos y, estoy seguro, el color de ese libro-objeto quedó grabado en alguna parte. Ana Karenina, blanco. Desayuno en Tiffanys, negro. Her, de Ferlinghetti, es un marroncito-papel-viejo. Los Nueve cuentos de Salinger están entre los rojos oscuros. Y así.
Igual, si un libro se pierde, no importa. Se busca. En el camino, puede ser que nos encontremos, además, con alguna otra cosa más.

la extraña belleza de las cosas feas


Hay cosas extrañas dando vueltas, sí, lo sé.
Y no estoy hablando de cierta gente.

go back to nordelta, plis


Cada vez que estamos por ahí, vamos a comer a este lugar. Ya es una de esas pequeñas costumbres que uno va esperando cuando vuelve a un lugar: comida mexicana ahí, pescados en el otro lugar.
Y siempre, cada vez que vamos, en la mesa de al lado, hay unos de estos personajes que no paran de hablar de lo exitosos que son, de lo mucho que conocen el mundo, de que tal o cual es un hippie porque estudia arte, que tal o cual está gordo y debería darle vergüenza, que la empresa esto, que la Universidad de San Andrés lo otro, que el MBA, que el CASI.
Pará. Venís a un lugar de comida mexicana y con tu tono afectado de shanishidro pedís milanesas con papas fritas –"no, el picante, viste, me cae pesado"– y te reís de que en el menú hay crepas de cajeta.
Igual, a nosotros nos encanta. La comida, el picante, los chilaquiles, los frijoles, las fajitas, obvio.
Y, desde ya, reirnos de lo tarados que son estos sujetos.

libros de viaje

Unos días en la costa. Tranquilidad. Descanso. "Ideal para leer un poco", me digo. Me llevo unos libros, varios, variado, como para elegir con qué empezar.
Y, nada: McEwan, Kawabata, Pamuk y DeLillo que vuelven exactamente así como fueron.
Me está pasando seguido.

salir


Salimos y allá afuera, ya, a sólo unas horas –y disfrutamos esas horas en la ruta, yendo, yendo, yendo– unos días con el silencio y el bosque y el mar y las nubes.
Y volvemos. Volvemos y vamos a volver a salir.
Volvemos para volver a salir.

una de cal, una de arena, una a los gritos


Martillos, mazas, moladoras, maderas, taladros, carretillas, radio AM, el Negro Oro, música silbada. Todo sumado a gritos de él, gritos de ella, gritos de la nena, ladridos de la perra.
Situación hoy, situación esta semana. Y va a seguir.
Me doy cuenta de que esto de vivir a metros de una obra –de una obra en la casa de ellos, además– hace ver los viejos sonidos –el de enfrente lavando el auto y pasando la aspiradora a los asientos, los perros que la de enfrente deja encerrados en el jardín de adelante, la salida de los chicos del jardín de infantes de la vuelta, la cancha de River (cuando River hacía goles, al menos), los loros (Sí, loros. No cotorritas. Loros. Grandes. Gritones. Verdes) que invadieron el barrio, los boy scouts que pasan cantando en filita, el camión de la basura, el karateka que entrena en la terraza de allá atrás, Aeroparque– como música.

pd: Y, no, ya lo probamos. Poner discos a todo volumen no ayuda mucho.

primero macri, despues fibertel, ahora mi auto


Suena el teléfono. Voz de sujeto con tono soy-tan-canchero:
–Hola! Sabés quién soy? Soy tu auto! Y te llamo para contarte que ya me podés pasar a buscar por cualquiera de las concesionarias Volkswagen del país con el nuevo plan...
Corto. Tengo el breve impulso de ir y mirar por la ventana. Mi Golcito sigue ahí y no está llamándome. Y yo estoy seguro de que no me voy a comprar otro auto en el corto plazo y menos uno que me llame por teléfono.
Y, entonces –otro breve impulso–, me pregunto: ¿tan mal le están haciendo las drogas a la nueva generación de creativos publicitarios?

bad karma

Llueve. Miro por la ventana. Miro los jardines.
Todas las flores están rojas, llenas, lindas, por todos lados.
Menos las de los vecinos de abajo.

hay anas


Hay flequillos, hay osos, hay bobdylans, hay newyorks, hay puentes, hay árboles, hay niñas, hay niños, hay juegos, hay alicias en wonderland, hay espejos, hay nubes, hay canciones, hay colores, hay anas.

(Ana tiene nuevo site!)

teoria del diseño


Acá tenemos un perfecto ejemplo de lo que, en señalética, llamamos un sistema flexible de carteles.

la seleccion de todos


Lo juro: nunca, nunca, jamás, jamás de los jamases, never in the life, me imaginé que iba a estar parado arriba de una platea gritando "Paleeeermo, Paleeeermo, Paleee...!"