goodbye ruby tuesday (las semanas terminan los martes)


Cuando el teléfono suena a las tres de la mañana, a mitad de la noche, no hay nadie en la línea. Cuelgo. Y ya no puedo volver a dormir. Corro las cortinas, las que ella compró alguna vez, y abro la ventana. Afuera, espejos y luces llenan de puntos la ciudad todavía oscura. Afuera, lejanos sonidos de autos, sirenas, esquinas vacías. ¿Qué esperabas? ¿Realmente esperabas algo distinto?
El teléfono me despierta y no puedo volver a dormir. Ya es martes. Otra noche así.
Abro la ventana y dejo que algo del aire fresco de Barrow Street entre en la habitación. No hace frío, pero debe ser porque no corre mucho aire. Todo parece quieto aquí. Estoy cansado, aunque hace días, creo, que no hago nada. Y eso es más agotador que cualquier otra cosa. Me tiro en la cama, los ojos fijos en el techo. Los cierro, los abro. El techo, ahí arriba. Los ojos abiertos. Silencio. Aunque los silencios no son silencios en esta ciudad.
Podría dormir hasta que termine septiembre.
Doy vueltas en la cama. Trato de dormir pero sólo es un espejismo de dormir, una inútil mímica del sueño —cerrar los ojos, soltar el cuerpo, una pensada regularidad de la respiración, no pensar, rendirse— pensar en algo sin pensar. Imposible, lo sé. Los ojos fijos en el techo.
Y, entonces, estoy dando vueltas por la habitación.
Otra vez.

(seguí leyendo acá)

(Este cuento lo escribí hace años, tres, cuatro. Tiene el mismo nombre que después le puse al blog y que antes tenía, en una muestra que hice, la foto de arriba. Hoy lo volví a leer. Y lo subí, porque es hoy y porque me sigue gustando que hable de los martes, de las calles que me gustan y que haya frases sacadas de los Sonic Youth por ahí escondidas).

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