she's fresh!


Ahí, ella dice que le gustan los libros para chicos de Paul Rand, la Bauhaus, la sala del MoMA donde están los Klimts, los afiches viejos de cine, los títulos de pelis diseñados por Saul Bass, los juguetes viejos, el jazz de los cincuenta, Cat Power.
Y están sus ilus.
Ana está en Communication Arts.
Y es genial. Ella. Y que salga en la revista de diseño más importante del mundo. Esas cosas de sueños hechos realidad y demás.
Una buena manera de cambiar de un año al otro. Y saber, empezar a sentirlo, que el año que viene, sí, va a ser muchísimo mejor.

(la nota está acá)

meet the beetles


Seguimos encontrando cosas extraordinariamente raras y extrañamente hermosas.

tras los muros, oir se dejan

Siguen los martillos, mazas, taladros, radio, moladora. Y tenemos para un tiempo más, creo.
Pero cuando baja el sol, cuando ponemos un lindo disco para escuchar tranquilos, cuando nos preparamos un trago para empezar a terminar el día, cuando todo desacelera, cuando llega ese silencio de estas tardes de verano, sí, los volvemos a oir.
Ahí están ellos.
Ahí están sus voces.
Atravesando las paredes. O el piso, en este caso.
Siempre el mismo tono, se hablen entre ellos o le hablen a la nena o le hablen a la perra. Sea el día que sea, sea la hora que sea.
Esta vez es él, hablándole a la hija y con demasiada voz-de-fin-de-año: "sos una máquina de andar todo el día atrás tuyo".

afiches, parte dos


Ahí están los dos afiches, colgados en una de las paredes del Arts Decoratifs del Louvre.
Y lo seguimos disfrutando.

(acá y acá hay algunas fotos más de las muestras de París y otras ciudades)

cambio climatico

New York, junio de 2006. Llueve durante cuatro o cinco días. Decidimos comprar, finalmente, unos paraguas. Unos lindos paraguas negros por u$s 1,99.
Para de llover.
Buenos Aires, diciembre de 2009. En cualquier momento Crónica ya avisa que estalla el verano. Instalamos un ventilador de techo en la habitación.
Deja de hacer calor.
Una de dos. O somos muy malos y terminamos comprando cosas que no nos van a servir. O estamos pudiendo cambiar el clima.

oh, mon dieu!


Uno diseña por muchos motivos. Pero en una de esas sólo lo hace porque es inevitable, como me decía Ronald Shakespear alguna vez. Así que uno hace lo que tiene que hacer, lo que hace casi como respirar, lo que hace porque no puede hacer otra cosa.
Y cuando te dicen que tu afiche va a estar exhibido en París –en el Louvre!– y en Viena y en Milán y en 20 ciudades más –sí, debe ser el ego– quiero decirles que está muy muy bueno.
El Louvre, el Louvre, el Louvre. Crazy. Nuestros diseños a dos cuadras de la Monalisa.
Nos miramos, lo pensamos unos segundos –lo estamos disfrutando–, y sonreímos.

(Nota: éste afiche y otro más están desde hoy en la muestra 100 Posters por la Libertad de Expresión, que va a estar exhibiéndose simultáneamente en 23 ciudades de todo el mundo, celebrando los 61 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

teoria del diseño 2


No harás señales confusas.

dios esta en los detalles


Y como para completar, los objetos, obvio, van ubicados según su color. Con Ana decimos que es una suerte de homenaje al suprematismo ruso y al Blanco sobre blanco de Malevich.
Bueno, para algo sirvieron aquellas mañanas frías de clases de Historia II en Ciudad Universitaria.

she comes in colors everywhere


Bueno, la lista de cosas-por-hacer-este-año ya tiene una línea tachada: la biblioteca está en orden.
Y, como verán, después de descartar el fácil pero aburrido orden alfabético, después de pensar en el orden por temas o autores o estilos –porque ya lo usé para los discos–, después de pasar por el muy High Fidelity orden autobiográfico –porque para encontrar un libro hay que revisitar ciertos pasados y eso no siempre es lo más recomendable–, después del orden darwiniano que tuvieron los libros por dos o tres años, acá estamos: voilà, la biblioteque à couleurs.
Y supongo que en algo de esto hay un link a cuando éramos chicos y nuestra parte de la biblioteca era la amarilla de los libros de la colección Robin Hood. Ya los libros eran colores ahí.
Después, pasé por la línea interminable de libritos blancos de Agatha Christie. Después, los multicolores compactos Anagrama. Y en un momento llegué a los Kerouacs naranjas de Penguin, que empezaron a invadir mis varias bibliotecas en el momento que las bibliotecas se empezaron a poblar en serio. Esos libros naranjas por todos lados.
Y, no, aunque parezca, no es tan difícil encontrar los libros.
Cada uno tuvo su momento y pasó un buen rato en nuestras manos y, estoy seguro, el color de ese libro-objeto quedó grabado en alguna parte. Ana Karenina, blanco. Desayuno en Tiffanys, negro. Her, de Ferlinghetti, es un marroncito-papel-viejo. Los Nueve cuentos de Salinger están entre los rojos oscuros. Y así.
Igual, si un libro se pierde, no importa. Se busca. En el camino, puede ser que nos encontremos, además, con alguna otra cosa más.