dale rojo


Estoy leyendo Fiebre en las gradas, de Nick Hornby. Una muy buena novela, un muy divertido libro sobre fútbol, sobre ser hincha de un equipo, sobre una relación casi obsesiva con el fútbol y los jugadores y el equipo –primera línea: "Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo"–.
Y, esta semana, cuando faltan pocos días para saber si el Mundial es o no es para nosotros, estos días cuando el fútbol es, de alguna manera, el centro de muchas cosas, aquellos dolores y sobresaltos de los que hablaba Hornby, quedaron un poco de lado y miro por acá y, sí, ahí está, encuentro a este último sobreviviente de esos once muñecos que me regalaron cuando nací o cuando cumplí un año y le sonrío: qué linda es la semana cuando ganamos.

recitales eran los de antes

Depeche Mode, Pet Shop Boys. ¿Quién más? ¿A-Ha? ¿Tears for Fears? ¿Erasure? ¿Wham!? Mejor idea, ¿por qué no conseguimos al Doc Brown y a Marty McFly y llevamos este Personal Fest a algún momento allá por el 87, 88, y todos contentos?
Basta –lo sabemos, estuvimos ahí–: los 80s fueron un desastre!

fab


Es algo lindo encontrarse con estas cosas por la calle, hoy, todavía. Y leer que los discos acaparan –¿estamos en 1964?– las listas de discos vendidos. Y leer que se vuelve a hablar de listas de discos vendidos y no de canciones downloaded. Y volver a buscar mi Help!, mi Rubber Soul, mi Abbey Road, mi Revolver, mi With the Beatles. Remasterizados o no, siguen sonando geniales, siguen siendo el big bang de todo y ahí, en trece discos y ocho años, está toda la historia, están los cambios, las revoluciones, lo nuevo y lo viejo, están los sesenta, lo que vino antes y lo que estaba por venir y lo que está hoy por venir. Todo. Un día en la vida, un ayer y un mañana que nunca sabe, aquí, allá, en todas partes. Todo eso o solamente cuatro tipos tocando como nunca otros –ni ellos mismos– iban a tocar. Todo, yeah, yeah, yeah.

letrasflores


Cada tanto, está bueno volver a conectarse con las letras –así, letras: letras solas, letras puras, letras como letras, letras como trazos, letras como objetos, letras como flores.

(Muestra de caligrafía de Betina Naab, en la Galería de Arte de la UCES, en Paraguay 1318, hasta el 2 de octubre)

english breakfast


Ayer, martes –llovizna, discos, el Mersey, Rockferry, frío, los Beatles en posters en la calle y en tapas de revistas, Liverpool, caminata por los docks, libro, Hornby, Londres, el Arsenal, viento, cuello del abrigo levantado, primavera muy british.
Hoy, miércoles –cama, frazadas, dolor de garganta, tos, té caliente, miel.

faalaaafellll


El plan, decidimos, es éste: el día de nuestros cumpleaños terminamos con mil planes y cosas para hacer, así que nos reservamos la cena de la noche anterior y nos preparamos el plato que el cumpleañero elija –y, sí, este año me tocó falafel casero en pan árabe y una rica cerveza checa.
Aaaahhh!
Es como tener, cada año, un deseo extra, un bonus track de deseos.

cuando te regalan un reloj, no te estan regalando un reloj


Ana me regaló estos anteojos –y este dibujito– y el sábado, obvio, salió el sol. Igual, aunque hubiese seguido lloviendo, salía con los anteojos puestos, desde ya, porque cuando te regalan unos anteojos, no te están regalando unos anteojos, te están regalando que salga el sol.

el lado a


Hace unos días, salió la caja con las nuevas ediciones de todos los discos de los Beatles. Obvio, deben estar buenísimos, el sonido debe ser impecable y debe estar, casi seguro, muy cerca de lo que sonaban en los estudios de Abbey Road, me gustaría tenerlos y demás.
Pero, llámenme nostálgico-snob-cabezadura-cavernícola, sigo prefiriendo el viejo disco 33 de Help!, todavía con los garabatos que le autografié a los dos años y con la cinta scotch que mi mamá le puso cuando se dio cuenta de que la tapa de cartón estaba demasiado en mis manos mientras escuchaba sin parar –y otra vez y otra vez– el lado A.

pd: y, Ma, si estás buscando el disco por algún rincón, no te preocupes, no se perdió, lo tengo yo acá.

goodbye ruby tuesday (las semanas terminan los martes)


Cuando el teléfono suena a las tres de la mañana, a mitad de la noche, no hay nadie en la línea. Cuelgo. Y ya no puedo volver a dormir. Corro las cortinas, las que ella compró alguna vez, y abro la ventana. Afuera, espejos y luces llenan de puntos la ciudad todavía oscura. Afuera, lejanos sonidos de autos, sirenas, esquinas vacías. ¿Qué esperabas? ¿Realmente esperabas algo distinto?
El teléfono me despierta y no puedo volver a dormir. Ya es martes. Otra noche así.
Abro la ventana y dejo que algo del aire fresco de Barrow Street entre en la habitación. No hace frío, pero debe ser porque no corre mucho aire. Todo parece quieto aquí. Estoy cansado, aunque hace días, creo, que no hago nada. Y eso es más agotador que cualquier otra cosa. Me tiro en la cama, los ojos fijos en el techo. Los cierro, los abro. El techo, ahí arriba. Los ojos abiertos. Silencio. Aunque los silencios no son silencios en esta ciudad.
Podría dormir hasta que termine septiembre.
Doy vueltas en la cama. Trato de dormir pero sólo es un espejismo de dormir, una inútil mímica del sueño —cerrar los ojos, soltar el cuerpo, una pensada regularidad de la respiración, no pensar, rendirse— pensar en algo sin pensar. Imposible, lo sé. Los ojos fijos en el techo.
Y, entonces, estoy dando vueltas por la habitación.
Otra vez.

(seguí leyendo acá)

(Este cuento lo escribí hace años, tres, cuatro. Tiene el mismo nombre que después le puse al blog y que antes tenía, en una muestra que hice, la foto de arriba. Hoy lo volví a leer. Y lo subí, porque es hoy y porque me sigue gustando que hable de los martes, de las calles que me gustan y que haya frases sacadas de los Sonic Youth por ahí escondidas).

one record a day


Hace un tiempo, hice el ejercicio de contar, cada día, qué música estábamos escuchando acá o donde estuviésemos. La cosa pasaba por elegir un disco por día. Un disco, sin repetir y sin soplar.
Creo que seguí con eso, puntualmente, poco más de cuarenta días o algo así. Lo que no quiere decir que hayamos dejado de pasar discos y sí quiere decir, probablemente, ya me conocen, que soy un poco vago.
Pero voy a empezar de nuevo, aunque no prometo ser tan puntual. Y no por colgarme, sino porque me pasa –siempre me pasa, en realidad– que hay discos que empiezan a sonar y después empiezan a quedarse días y días ahí sin que nadie quiera cambiarlos.

pd: los discos de aquellas seis o siete semanas (y los que agregue desde hoy), están recopilados, acá, en One record a day, el blog..
Pasen, lean y, después, pasen a disfrutar los discos.

b.d.


Coinicidencias. ¿Coincidencias? En el planeta Dylan no hay tal cosa. Hace días que tenemos fijo en el equipo el último disco, Together through life, y por todas partes, ahora, noticias de Bob Dylan.
Primero, que lo arresta en New Jersey una mujer policía, que no lo reconoce, porque denunciaron que por el barrio había merodeando "un viejo desprolijo y de conducta sospechosa" o algo así.
Después, que está negociando para poner su voz en un sistema de GPS –"you don't need a weather man to know which way the wind blows"– y supongo que no importa perderse si el que dice para-acá-para-allá es Bob Dylan.
Y, al final, que está por sacar otro disco.
Un disco de clásicos navideños.
Jingle bells, babe.

transito pesado

Lo decía un personaje de un cuento que nunca terminé de escribir. Y hoy, yendo a una imprenta en Parque Patricios y cruzando las avenidas de la ciudad rodeado de carriles exclusivos, me acordé: los viernes de lluvia, en esta ciudad, le dan una excusa a la gente para estar más pelotudos.

hablando de covers

Y entonces estoy con ganas de escuchar covers.
Hay algo de juego, algo de complicidad, de secreto –el músico y nosotros sabemos de qué se trata esa canción–, algo de decir "de acá vengo", algo de puente. Porque si las canciones son viajes, hay canciones que son puentes. Para ir –o volver, porque los puentes se cruzan para los dos lados– a otras canciones. Y los covers son algo así: una forma de seguir y pasar a otro lado y seguir viajando.
Y entonces, esto de usar las words & lyrics de otros para decir lo que sentimos. Y usar esa música es, así, un guiño que el músico nos hace, es usar esa canción como puente, es ir compartiendo la misma ruta.
Porque yo le creo a Cat Power cuando canta At the dark end of the street y le creo a Tori Amos cuando elige, de todo lo que hay para elegir de Lou Reed, la inquietante New Age.
Y, entonces, pienso en los covers que me gustan y, como me gusta hacer listas –thanks, Rob Gordon–, empiezo con Words of love –los Beatles adorando a Buddy Holly– o Pale blue eyes –REM y "la" canción de amor de la Velvet Underground–, o la versión de los White Stripes de I just don't know what to do with myself. Y sigo: Patti Smith y su clásico Gloria, que es más de ella ya que de Van Morrison –y con "Jesus murió por los pecados de alguien, pero no por los míos", que debe ser la mejor primera línea de una canción y de un disco y de una carrera–, el Bowie del Kurt Cobain casi final y unplugged –The man who sold the world–, y House of the rising sun –otra vez, y ahora por los Animals–. Sigo. Salgo de You've got that loving feeling y el Elvis de vuelta de todo, paso por los Sonic Youth haciendo una casi perdida I'm not there de Dylan –porque todos los caminos conducen a Dylan–, y termino en Jersey Girl, que a esta altura no sé si es de Springsteen o Tom Waits.
Muchas canciones. Muchos puentes. A otras canciones, a muchos otros viajes. Y a veces está bueno ir de copiloto o ir de la mano de una de esas canciones de otros. El que maneja es Dylan, nos dedicamos a ver pasar el paisaje, nos echamos hacia atrás, el viento entra por la ventanilla.
Y, sí, lo disfrutamos.

one we all know

Un viernes, en Despacio Martínez. Muestra, risotto, vino, un sujeto tocando. Diálogo al final:
C: Medio malo, ¿no?
Yo: Y... sí.
C: Y no terminaba más.
Yo: A la cuarta canción tendría que haberse dado cuenta...
C: ¿Y?
Yo: ... y tocaba un cover. Siempre ayuda un cover.